La Alhambra, conjunto de cuentos y bosquejos de moros y españoles ?que tal es el título original del libro, es una obra simpática y generosa, cuya concepción supera el trabajo usual de reunir una serie de narraciones e integrarla con base en una visión de género. Por principio de cuentas, el autor se incluye en el texto como personaje, estableciendo así un enfoque personal, de relación directa con el ámbito de lo narrado. En segundo lugar, la estructura dada al material habla de cómo llegó a Granada, de por qué la Alhambra fue lugar de residencia del autor, y de la tristeza sentida cuando los asuntos lejanos hicieron obligatoria la partida. Tercer aspecto, Irving nos ofrece un retrato cordial y amable de las personas reales con quienes compartió su estancia en el lugar.
De esta manera, el libro avanza llevado por una mezcla de dos tiempos distintos: el presente, tiempo al que corresponde el universo de la realidad cotidiana (1829), rico en descripciones de edificios, calles, gente, costumbres, comidas, paisajes, etcétera, que constituyen un testimonio de primera mano sobre la España meridional de aquel momento. Y, desde luego, está el tiempo de los cuentos y las leyendas, generalmente indefinido, pero enclavado en un ayer muy lejano. A él corresponde el mundo de la fantasía, con clara huella de su procedencia oriental, pero injertado ya de esencia española.